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El Rostro de la Reconciliación

Por: Ivelisse Agostini

 

Reconciliación significa unir lo que ha estado separado. Sobre ese significado que confirma la etimología de esta palabra, hoy queremos hablar de las relaciones desde dos perspectivas: las humanas, especialmente las de pareja y, por supuesto, de nuestra relación con Dios.

La necesidad de reconciliarse entre seres humanos puede darse entre familiares, amigos, vecinos y compañeros de trabajo o estudio, entre otros. Esa necesidad surge de que entre dos o más personas ocurra un hecho que cause la ruptura de la relación, como puede ser una injusticia, faltar a la confianza o el respeto del otro; traiciones, mentiras o engaños; falta de lealtad y cualquier otra situación que hiera a una de las partes y ésta decida la separación total del(os) otro(s).

En el caso de las parejas, sobre todo si se ha llegado a la etapa del matrimonio y especialmente cuando hay hijos de por medio, la reconciliación se torna complicada porque involucra más personas afectadas y las heridas suelen ser tan profundas que tiene que existir voluntad para aspirar a la reconciliación, pero sobre todo un gran compromiso para recuperar la confianza y el respeto de las partes, lo cual implica no volver a causar heridas semejantes. En muchos casos es necesaria la intervención de consejeros que ayuden a cada una de las partes a reconocer y aceptar sus errores y a facilitar herramientas para fortalecer nuevamente la relación.

Entre parejas, en ocasiones es necesaria la intervención de profesionales de la conducta. Suministrada.

Y, es que para que haya reconciliación tiene que haber intención, arrepentimiento, deseo de enmendar el error y voluntad de no volver a repetir el hecho por parte de quien infligió la herida que causó la ruptura. Además, debe existir el análisis que promueva entender qué, si algo, ha propiciado que surja la situación y un deseo genuino de comunicarse y comprenderse. Quien ha resultado herido debe, a su vez, tener el deseo de perdonar, en cuyo caso no se refiere a que volverá a confiar de la misma manera que lo hizo antes. Se refiere a perdonar y eventualmente decidir hasta qué punto volverá a llevar la relación en el futuro. En cualquiera de los casos, siempre hay un aspecto  positivo que es el de recuperar la paz porque perdonándonos y perdonando es que logramos vivir en paz.

Existe una reconciliación aún más plena y que fue instituida por Jesucristo, que en el caso de la Iglesia Católica es uno de sus Sacramentos y que se conoce como “confesión o penitencia”. Se trata de hacer un “examen de conciencia” y reconocer en qué cosas le hemos fallado a Dios, a nuestro prójimo y a nosotros mismos. En otras palabras, nuestras fallas o pecados, representan heridas auto-infligidas, a nuestros semejantes y en cualquiera de los dos casos anteriores, a Dios. Sobre perdonar Jesucristo dijo: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete” (Mateo 18:21-35) e instituyó el sacramento cuando le dijo a sus apóstoles “…a quienes perdonen los pecados, les serán perdonados; a quienes no se los perdonen, no les serán perdonados.” (Juan 20:23). De hecho, en otro pasaje bíblico, Jesús instruye: “…hacer las paces con el hermano antes de presentar una ofrenda sobre el altar.” (Mateo 5:24). De estos hechos, es que surge el que los católicos se acerquen a su sacerdote para confesarse y recibir la absolución de sus pecados.

Para todos los cristianos Jesús es la buena noticia, el hijo encarnado de Dios que con su sangre preciosa vino a limpiar nuestros pecados, a reconciliarnos con el Padre. Mejor aún, a través de su ejemplo vivo, Jesús permitió que todos reconozcamos lo expuestos que estamos a la tentación, a la traición, al dolor, al sufrimiento y a la oscuridad. Sin embargo, nos mostró que resistir a la tentación es posible; que debemos ser piadosos perdonando y perdonándonos y que Dios y conformando la Santísima Trinidad, nos envió al Espíritu Santo para quedarse con nosotros y “arroparnos con su luz”. A esa luz tenemos que acercarnos para reconciliarnos con el Padre cuando fallamos, aunque con ella veamos lo feo que hemos hecho y sintamos vergüenza. De esa vergüenza nace el reconocimiento del pecado, el arrepentimiento y el deseo de ser perdonado… un perdón que jamás nos será negado. Por eso, acerquémonos a la luz, reconozcamos si hemos herido y demos todos los pasos necesarios para lograr reconciliarnos. Mientras más profundo es el error cometido, mayor es el sentimiento de liberación que sentimos. \


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