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Experiencia Misionera de una Religiosa Puertorriqueña

Trabajar como misionero es un extraordinario ejemplo de amor y no tenemos duda de que así lo comprobarán, a través de este reportaje, que continuará la próxima semana.

Por: I.M.A. Torres
editorial@placerespr.com
Primera Parte:

Sor Mercedes, es el nombre que hemos dado para proteger su identidad, a quien ha sido nuestra amiga por muchos años. Alguien en quien reconocimos virtudes “desde siempre” y que cuando quisimos plasmar en nuestras páginas la experiencia de un misionero, pensamos que nadie mejor para ello. La entonces “Mercedes” fue siempre humilde y alegre, a tal punto que, de alguna manera tratamos de encontrar alguna ocasión en que la viésemos disgustada y no llega esa imagen a nuestra memoria. Más bien recordamos momentos en que éramos nosotros los que estábamos involucrados en alguna “controversia” y ella nos miraba con ojos compresivos y hasta nos “reía las gracias”. Ahora pienso y sé, que siempre nos quiso… y es que, Sor Mercedes, es un ser que vino a este mundo a dar amor, por eso ha entregado su vida a “la misión”.

Para conocer un poco de su trayectoria misionera, indagamos sobre cómo y cuándo decidió consagrarse como religiosa y nos dijo: “Sentí la vocación cuando estaba en octavo grado. Cuando las religiosas con que estudiaba hablaban de las misiones, de los indígenas, de los hermanos y hermanas africanos que no conocían a Jesús, yo sentía que algo dentro me ardía y me entusiasmaba el poder ir a esos lugares para hablarles del amor de Jesús”.

Curiosamente, Sor Mercedes hoy me cuenta que cambiar de una escuela a otra le permitió descubrir contrastes y hasta provocó momentos de duda. Momentos que se disiparon gracias a una invitación que le hicieron a través de su mamá, para que fuera a su parroquia a tomar unos cursos de Biblia. Allí encontró a sus amigos de la niñez y se re-encontró con sus raíces y su vocación. “Volví a la parroquia, como catequista y miembro del grupo de jóvenes y de las Hijas de María… Conocí la Congregación a la que pertenezco, nacida para la misión”. La Congregación le dio formación humana, espiritual y apostólica al tiempo que ella estudiaba su bachillerato en pedagogía, lo que eventualmente complementó con un diplomado de una ciudad latinoamericana, con especialidad en teología y muchos cursos en diferentes campos. “Una formación que es para los pobres con quienes he compartido y comparto la vida y a quienes hay que darles lo mejor, porque lo merecen”.

La primera misión de Sor Mercedes fue en Nicaragua, durante la guerra civil, donde estuvo seis meses en que Dios la libró por “causalidad” de estar en momentos trágicos. Cuenta que se vivía en la incertidumbre, pero alegres, porque comenzaban una escuelita en la salita de una familia, un dispensario y un centro de alimentación infantil, a lo cual ella añadía dar clases a adultos durante horas de la noche.  Sor Mercedes nos cuenta que regresó a Nicaragua cinco años más tarde para vivir allí por seis. “Allí experimenté de cerca la lucha por la libertad, que luego de obtenerla, muchos entendieron fue traicionada; la religiosidad de un pueblo con su gran devoción a la Concepción de María… Viví de cerca lo que significa nacer pues ayudaba a la hermana enfermera a cortar el cordón umbilical de los niños que nacían hasta en el camino; y la realidad de la muerte, pues me tocó embalsamar y enterrar a más de uno”.  Con el paso del tiempo, Sor Mercedes ha estado en Puerto Rico, en República Dominicana, en Colombia, en Guatemala y en Haití. Su trabajo misionero siempre ha incluido servir en comunidades con niños y adultos, victimas del abandono y de la pobreza, ayudando, no sólo a conocer la palabra de Dios, sino en la educación integral, en la formación religiosa de jóvenes y hasta en áreas de salud y administración. Cuenta que ha vivido en barrios marginados, que hubo lugares donde tenía que atravesar cañaverales en bicicleta bajo el más candente sol y tratar con todo tipo de limitaciones económicas, físicas y emocionales.  “De todo lo que viví y vivo, lo que agradezco más a Dios es la oportunidad que me ha dado de amar a los otros y acompañarlos en sus alegrías y penas.  El ver que se sienten personas amadas de Dios, el que han avanzado en sus vidas estudiando, obteniendo una carrera y sirviendo a los demás.  Gran satisfacción, para mayor gloria de Dios, es ver que jóvenes que he acompañado en su vida de fe y en su llamado vocacional, hoy son también misioneras en mi Congregación o están en proceso de serlo”.

Para Sor Mercedes, la mayor riqueza que ha recibido en la vida  “es la riqueza que Dios me ha dado: amarle a Él con pasión, y a todos los que ha puesto en mi camino.  Él me ha dado más de lo que yo he dado, mucho más… Cuántas personas me aman, y a cuántos amo, por los lugares donde he pasado y donde paso hoy… Por eso el que dice que consagrarse a Dios es un desperdicio…está muy equivocado… para mí como dice San Pablo, seguir a Cristo es una ganancia. Y espero…por la misericordia de Dios, ganar la vida eterna”. 

Este es el primero de dos reportajes que describen la experiencia misionera relatada por una hermana religiosa. Nos mueve el genuino interés de que cada uno de nuestros lectores entienda que el mayor “placer” que puede haber en la vida, llega de la satisfacción de los buenos frutos que resultan de una buena obra. 


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